Adam Smith, autor de “La Riqueza de las Naciones” y uno de los economistas más influyentes de la historia, argumentó en contra de los aranceles. Afirmaba que el comercio libre permite la competencia y beneficia a todos. Los aranceles no son un concepto nuevo; han existido desde la época del Imperio Romano, utilizados como impuestos sobre bienes importados. En el siglo XVI y XVIII, se emplearon en el mercantilismo, donde potencias europeas como Gran Bretaña, Francia y España imponían restricciones comerciales para proteger sus economías domésticas. La lógica era simple: si no compran de nosotros, les imponemos aranceles. Pero, ¿qué pasa si la solución es que si un país compra un billón de dólares en productos, el otro país debería hacer lo mismo? Este enfoque debería ser la norma, pero no es así. ¿Por qué no podemos hacerlo?

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